
No vamos a extendernos en obviedades sobre el paralelismo formal entre la corbata y el órgano sexual masculino. Solo diremos que en un mundo que impone la ocultación pública de los atributos del sexo, aparece inmediatamente la necesidad de exhibirlos de una forma socialmente aceptable. Y aquí surge providencialmente la corbata, esa tira de paño cuya presencia excede con mucho la mera impresión visual para intercomunicar, de forma incluso más efectiva que el elemento original al que sustituye, ese natural afán de interacción sexual.
Desde su aparición como tal en el siglo XVII y su adopción por las clases civiles burguesas, el trapito quedó asignado como distintivo de una forma de entender la vida vinculado con la ostentación, la riqueza y el sentido elegante de la vida. Por ello no fue raro que la Revolución Francesa cargara contra ella intentando suprimirla. Razonando entonces, la corbata, prenda incomoda y sin una función practica en el vestuario cotidiano, es un símbolo del poder sexual masculino, de poder sobre otros, de riqueza y ostentación.
El uniforme masculino es el traje de chaqueta con su complemento indispensable, la corbata. En Occidente, la mayoría de los hombres se ven obligados a llevar corbata en su trabajo y en muchos lugares y situaciones sociales; lo contrario equivaldría a desclasarse, a renunciar simbólicamente a su hegemonía, puesto que la corbata es el estandarte del “señor”, que lo distingue tanto de la mujer como del obrero. La mujer, cuando se pone “elegante” (es decir, cuando reafirma su estatuto social mediante la indumentaria), tiene innumerables opciones. El hombre, solo una: el traje y la corbata, el uniforme del macho dominante. El por qué algunos hombres prefieren hacer uso de ella es bastante obvio, ya que lleva el mensaje implícito de estar muy por encima de los demás y por tanto el portador de la prenda es alguien a quién se debe respetar y hasta incluso obedecer.
Para terminar, a pesar de su inofensiva apariencia ornamental, la fálica corbata es uno de los más importantes símbolos de nuestra cultura patriarcal y clasista. Tiene algo de pendón y de estola clerical, de banda militar y de aristocrático pañuelo de seda. Su generalizado (y a menudo obligado) uso por parte de los hombres nos recuerda que constituyen una casta, un cuerpo, y que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios de clase.
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